Son muchos (que no bastantes ni suficientes) los libros que, en mis años como lectora, llevo atesorados (precioso verbo que habla de tesoros...) Quien me conozca un poco, lo sabe. Todo el mundo exclama "!Qué de libros!" mientras yo pienso, "!Qué poco tiempo para poder leer todos los que quisiera!"
Desde el ya algo remoto día que traje conmigo aquel libro del cole, las ansias de leer no cesaron. Siempre quería más, una historia pide otra, o eso dicen, ¿no? Le rogaba a mi madre que me comprara libros. En aquella época el dinero era sólo para cosas imprescindibles. Sin embargo, poco a poco, mi madre cedía a mi antojo, tal vez comenzó a entender cuán importante era un libro para mí. Eso, o cedió sin más a mi locura a lo quijotesco. En cualesquiera de los casos me faltará vida o tiempo, o todo, para agradecérselo.
Cuando iba de visita a casa de algún pariente, mis ojos ansiosos buscaban el rastro de un libro por los muebles. Si lo veían, el corazón, como un gorrión entre las manos, no me dejaba oír las conversaciones entre los adultos, divagaba. "¿Qué historia se encontraría atrapada en ese libro cerrado, y seguramente, olvidado por todos?, ¿qué personajes esperaban allí dentro a que un lector les diera vida?" El infinito se abría en mi mente y mi imaginación volaba. Años después descubriría el cuento "La biblioteca de Babel" del argentino Borges y, por fin, comprendería. Igual que yo, en este relato, el escritor argentino entendía el universo como una biblioteca formada por todos los libros posibles, una biblioteca infinita.
La biblioteca de Babel según Borges |
Soñaba con las estanterías, las veía en mi mente y se me abría un agujero en el estómago. Los libros perfectamente dispuestos, solapa contra solapa, los colores que se mezclarían, el olor que desvelaría sus edades, las alturas disparejas entre ellos... todo parecía maravilloso en mi imaginación. Y he aquí una confesión que creo que muchos entenderéis. Llegué a pedirle a mi madre que me comprara libros en lugar de ropa. "Con muy pocas prendas puedo vestirme, mami. Pero necesito leer."- le argumentaba.
La imaginación, al igual que las ansias de conocer, habían de ser saciadas. Había abierto un poco la puerta y la poca luz que había visto me había atrapado. Al igual que la curiosa Alicia cae en la madriguera del conejo blanco, una tediosa tarde de otoño, comencé a leer.
Precioso 😘😘😘
ResponderEliminarGracias, Ana. Besos.
EliminarEnvidiable y preciosa historia. Mi hija de 6 años tiene montones de libros y aun no conseguimos engancharla a la lectura. Una pena verdad?? No perderemos la esperanza...
ResponderEliminarPues sí, Cristina. Quizás el truco esté en dejarlos a su aire cerca de los libros y a la vez encender la chispa de la imaginación poco a poco, leerles, cantarles, contarles historias...y, sobre todo, intentar borrar el modo imperativo, lo horrible de leer por obligación. Darse por vencida, nunca. Un beso y muchísimas gracias.
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